lunes, 12 de septiembre de 2011

Benjamín de la Calle


Benjamín de la Calle (1869-1934) aprendió su oficio de fotógrafo con Emiliano Mejía, quien hacia 1882 abrió en la ciudad de Medellín un gabinete de fotografía y pintura artística después de estudiar en París. Las más antiguas fotografías de De la Calle indican que inició su oficio hacia 1897 en Yarumal, su pueblo natal, localizado en las tierras altas y frías del norte de Antioquia en Colombia. Allí y hasta fecha desconocida mantuvo abierto el estudio con su hermano Eduardo al trasladarse a Medellín, donde se radicó definitivamente en el populoso sector de Guayaquil un año después, para anunciar sus trabajos con el lema "Fotografía artística e instantánea" y "Todos los negativos se conservan".
Por la riqueza visual de sus trabajos, el despliegue de su singular personalidad en un medio que le permitió familiarizarse con sectores populares y gente del bajo mundo, y por los cuidados para identificar sus negativos las fotografías de Benjamín de la Calle son un invaluable recurso de la memoria visual de Colombia y de América Latina. Pues logró plasmar en imágenes lo llamativo de su época, cuando Medellín como otras ciudades latinoamericanas era una ciudad pueblerina que se insinuaba como uno de los principales centros financieros e industriales de Colombia y Suramérica con una naciente clase media urbana.
De la Calle ejerció la fotografía principalmente en su estudio, caracterizándose según el investigador Santiago Londoño por lograr una "estética del retrato". Superó las limitaciones del plano fotográfico al conquistar una tercera dimensión con llamativos y variados telones de fondo, objetos y disfraces, que permitieron a su clientela experimentar aventuras y cambios sicológicos en medio de fantasiosas escenografías. No obstante estos recursos gráficos que recrearon la autoimagen de las clases bajas y medias principalmente, Benjamín de la Calle dió un toque realista y crudo a la presencia de sus retratados, convirtiédolos en personajes. Entre ellos se encuentra lo más selecto de la burguesía de la región y del país, empresarios, políticos e intelectuales, pero también las mujeres, niños (vivos y muertos), familias del común, descalzos y descamisados obreros, campesinos, arrieros, artistas, personajes del bajo mundo urbano de Guayaquil, como prostitutas, trasvestis, desviados y anónimos, que cobraron con su imagen un lugar para la historia. Como parte de su evolución fotográfica, De la Calle no fue indiferente a los cambios en la fisonomía de Medellín, que pasaba de ser un pueblo grande a una ciudad propiamente. Fotografió sus conmemoraciones y eventos masivos, civiles y religiosos, sus trabajadores y fábricas, el comercio y sus calles, los nuevos símbolos del progreso como el tranvía eléctrico y el Ferrocarril, e incursionó en la fotografía publicitaria y documental.








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